martes, 7 de julio de 2009

Luis II de Baviera, el rey loco, y, su músico mimado, Wagner

Cuando Luis II de Baviera ve la luz por primera vez, en un sitio tan bucólico como el palacio de las Ninfas, Wagner ya cuenta a sus espaldas con 32 años. Ha empeñado su poca o mucha fortuna en deudas de juego, abandonado a su moribunda esposa y vivido mucha vida, permitid la redundancia.




Como heredero al trono el pequeño Luis fue educado de una forma estricta. Desde su infancia está marcado por la amistad de su ayuda de campo con el que comparte sus estudios, sus aficiones por la poesía y empieza a conocer la obra de Wagner. Su homosexualidad, conocida por sus diarios y cartas y por las relaciones que mantiene con personajes de su entorno, aunque que muchos se empeñan en adjudicar una relación con su prima la emperatriz “Sissi” con la que solo le une una grandísima amistad, le lleva a Luis a sufrir graves problemas de conciencia por su educación religiosa y se afana por no tener ese tipo de relaciones, aunque sucumbe una vez tras otra a ellas, e irán definiendo su peculiar personalidad.

El gusto por la cultura, por las edificaciones y por su tierra bávara ha quedado de manifiesto en las construcciones que mando hacer, utilizando siempre mano de obra y productos autóctonos en todas ellas, dando así trabajo a miles de personas de la zona y mimando siempre su tierra y sus gentes. Una de esas construcciones es el castillo Neuschwanstein







No se puede afirmar con rotundidad que esté dedicado a la obra de Wagner, sería demasiado pretencioso quizá, pero la mayor parte de su decoración está basada en su obra Lohengrin, incluso uno de sus arquitectos lo define como el cisne que se pasea por el lago que tiene a sus pies, la vio siendo un adolescente por primera vez, se aprendió de memoria su libreto y en cuanto fue coronado rey, manda al secretario Pfistermeister a buscar a Wagner y pone todo cuanto está en su mano para que se dedique exclusivamente a componer. Paga sus deudas, le entrega una casa al lado del palacio y otra en Munich. Wagner ve la pasión que despierta sobre el Rey y comprende el poder que puede ejercer sobre él. Los que rodean al rey se dividen en dos bandos claros, los que apoyan al maestro y se aprovechan en beneficio propio de su influencia y los que no ven con buenos ojos que Wagner tenga esa influencia tan desmesurada sobre el monarca, por lo que al Rey no le queda más remedio que exiliarlo a Suiza aunque le acompaña hasta la frontera el día que emprende el viaje y le entrega una pensión vitalicia.

Las obras del castillo siguen adelante y se decoran las estancias con frescos que recuerdan la obra de Wagner, la sala de trabajo del rey con la leyenda de Tannhäuser, la Sala de los Cantores con Lohengrin, el dormitorio gótico con imágenes de Tristan. La distancia y las diferencias en el extreno de las dos primeras óperas que configuran la trilogía del Anillo de los Nibelungos minan la amistad de ambos, aunque el Rey sigue invirtiendo en las producciones de Wagner y vuelven a verse en varias ocasiones antes de la muerte del músico.




Muere Wagner y Luis se enclaustra en su castillo, ordenando que nunca vuelvan a tocarse los pianos, ni hacerse representaciones. A partir de entonces sus alucinaciones se agraban, lo que muchos han sugerido podría ser el inicio de la esquizofrenia paranoide que le diagnosticó el psiquiatra Gudden y es desterrado a lago Starnberg donde muere en extrañas circunstancias, nunca se sabrá si fue un suicidio o una emboscada.

Pero lo que está claro es que gracias a la fortuna personal de Luis II, aunque muchos se empeñaron en aquella época en decir que fue de las arcas del gobierno Bavar de donde se alimentaban sus excéntricos apoyos a Wagner, y a su apoyo a la cultura ha quedado una buena herencia en la zona, que puede vivir del turismo de la ciudad más visitada de Alemania, y de la inmensa obra de uno de los mayores compositores de la música clásica del siglo XIX.

Luchino Visconti lleva al cine esta historia de amistad y enemistad entre el rey y el músico con el título Ludwing en 1972, donde la única persona que llega a entenderlo y apoyarlo fue la por aquel entonces Emperatriz Austro-Hungara Sissi, encarnada una vez más en el cine por un rostro asimilado inevitablemente a ella, Romy Schneider, pero que en la que se pone frente a un papel que deja a un lado la melosa representación de una emperatriz de cuento de hadas y se enfrenta a un personaje que es de lo más destacable de la película según los críticos.



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